Queridos seguidores de este abandonado blog, lamento mucho el terrible abandono en el que he caído por causa de la pachanga y las bebidas espirituosas, en verdad me caigo mal a mí mismo. Pero no todo podría estar mal, de hecho la vida de estudiante de intercambio es más literaria de lo que creía, a pesar de que la brillantez no es una de las características del Homo Erasmus, si no todo lo contrario: la decadencia.
Si bien son ciertas algunas ideas preconcebidas acerca de las estancias académicas, también llamadas “Vacaciones académicas o turismo becado” quisiera ratificar algo que con mucho trabajo me será creído, de hecho ya sé que la mayoría dudará de mi palabra pues según mis últimos reportes desde ese otro vicio mío llamado Facebook no ayudan, sin embargo SÍ ESTOY ESTUDIANDO. No negaré que voy más retrasado con mis lecturas que Américo Vespucio con el descubrimiento del Nuevo Mundo, sin embargo algo he aprendido y es que, a pesar de que gasto una cantidad considerable en el huateque y los viajecitos coquetos no he descuidado mis materias a tal grado de estar llorándole a la Virgen por iluminación divina, de hecho en menos de una hora tengo examen y miren, estoy escribiendo en este blog, ese es el tamaño de la confianza que tengo en mí. Sin embargo no me creo la vara universal de mediciones ni la media estándar.
La comunidad española que aquí habita se ha caracterizado en estos meses por llevar el concepto de vacaciones académicas a grados jamás vistos por el hombre. Es de lo más normal escuchar frases como está todos los días: “pueh, eh que yo venío a’Lemania a mejorá mi inglé” o “Tomo dos seminarios, tío, y están de lo más difícil, uno lo tomo en alemán y otro en inglés, coño, pero en los dos idiomas soy principiante” y cosas por el estilo. Obviamente también hay gente de la honorable península que sí saben a qué vinieron, pero como esos no son tan divertidos los dejaré de lado, además que les tengo cierta simpatía.
Los mexicanos, hermosa raza de bronce, tampoco resplandecemos como el sol por nuestra coherencia. Citaré a cierta mujer de cuyo nombre prefiero no acordarme pero cuyo frenillo y estupidez vocal impide que la bloquee de mi tan agobiado cerebro: “He venido aquí a aprender alemán, no me interesa juntarme con gente que hable español”. Dicho sea de paso que siempre se le ve sola o con argentinos y españoles, claro cuando estos se dejan, pues lo alemanes así que digamos mucho, ni la pelan. Es notorio que la muchacha en cuestión me cae infinitamente mal, pero no es sólo por su injustificada mamonez, pues tiene la gracia de una cómoda minimalista de los años 70, si fuera guapa como la búlgara que ya ni me habla se le justificaría (suspiro por la bulgara), sino porque además sólo habla para pedir favores.
Existen así millones de casos de simpatía extrema, como Svetlana, la rusa que baila como Michael Jackson en las fiestas, en especial las que son en bares y antros; pero ser estudiante de intercambio va más allá de las idioteces y los vicios, tiene un sentido mucho más profundo. Para los estudiantes locales somos una cosa rara, en especial si hablamos español pues nos confunden con españoles y creen que no nos interesa hacer amistad con ellos (ya sé, le tiro mucho a los españoles pero es que se ponen de pechito), existen otros prejuicios como el hecho de que los franceses (y los españoles) no heredaron el gen que les permite hablar otra lengua que no sea la propia, o que las mujeres feas extranjeras vinieron nomás en busca de macho (recordemos a la dama del párrafo anterior, mi “connacional”) o incluso que los Erasmus somos una raza aparte que interactúa más instintivamente que racionalmente. Por no decirnos idiotas.
Se supone que la vivencia Erasmus es todo un conglomerado de experiencias multiculturales que abren los ojos de la juventud y le permiten romper esas fronteras mentales, hacer lazos entre naciones hermanas y unirnos por medio de nuestra esencia humana y no distanciarnos por nuestras diferencias. Y todo ello sería así de no ser por la gran invasión de idiotas que creen que el mundo es del tamaño de su diminuto cerebro. JC, un español (lo sé, lo sé) de derechas cuyo inglés es tan mísero como Mr. Slim millonario ha aseverado en incontables ocasiones que España es el ombligo del universo. Cito unos cuantos ejemplos: “Carlos, y ¿tú sabes dónde queda la Alhambra?” a lo que yo respondo “Claro, en Granada” y yo le pregunto ¿y tú sabes dónde queda Tenochtitlán?” a lo que él con absoluta seguridad responde “Eso ni Dios lo sabe, quizá en la frontera mexicano-argentina”. Válgame la salvajada y el exceso de imbecilidad. Pero ahí no termina la historia, después de la risa colectiva el tipo se defiende con audacia y elocuencia diciendo “Bueno, es que eso es algo que sólo le interesa a los mexicanos, pero España, España es importante, tío”. Mi educación me impide relatar la respuesta que le di al pobre ignorante.
Pues bien, ahora tengo que marcharme a escribir mi primer examen de polaco, la alegría inunda mi corazón… Escribiré pronto y ojalá las fuerzas del universo me inspiren a contar lo positivo, que es mucho, pero que honestamente lo dudo, lo malo me divierte más.